Una de las pocas unidades de
conexión que tengo entre la secundaria y universidad en la que estuve y en la
que estoy, son las palomas. En Ort paseaban por todo el patio interno y las
zonas aledañas, entrando por ejemplo al “buffet” sin inmutarse. Y en Puan
directamente están en todos lados, no solo en el pino, el patio con su árbol,
sino dentro de los pasillos y aulas de la universidad. La semana pasada,
durante metafísica, entro una caminando en medio de la clase. “Palomeaba un x”
podría decirse en términos metafísicos analíticos.
Las palomas no son el ser vivo
con mejor imagen pública. Es común que se refieran a ellas como ratas
voladoras, un parásito urbano, que como la paloma de piso o las cucarachas,
funge como obstáculo y riesgo epidemiológico para la salud y limpieza de una ciudad humana, que bajo toda condición de
normalidad tendería –aparentemente- hacia la limpieza y pulcritud. Pero todos
sabemos que la paloma es un participante agregado de esto y no la principal
responsable: ellas viven de la basura que nosotros tiramos y ayudan a enmugrar
cagando y dejando sus plumitas por ahí, pero no producen el smog de los motores
de autos. Si vamos a decir, digamos todo.
¿Quiénes se congregan alrededor de plaza Trafalgar
Tirando al azar a los turistas?
Uh, tenés que tener cuidado
Cuando andas alrededor de la plaza por la mañana
Porque están en todos lados, en todos lados
Las palomas tienen también sus
cosas que hacen que sean pensadas en términos más positivos. Todo lo que nos
parece raro nos parece llamativo, y de llamativo a positivo no hay mucha
distancia, al contrario de lo absurdo o anormal. Las palomas pueden identificar
imágenes, como estilos artísticos. Reencuentran la dirección a sus hogares
verdaderos sin ningún problema.
Y el hornero hace casitas. Y
los loros pueden hablar. Y hay un video sorprendente en el que un cuervo
descubre el principio de Arquímedes. ¿Y qué? Posta, ¿y qué? ¿En qué sentido eso
constituye algo que les dé más valor? Es algo que incita más intensamente
nuestra curiosidad sobre ellos, si se quiere. En la mayoría de los casos, la
reacción de decir esto sería la común reacción ante una trivia: “¡Ah, mira
vos!”. En el mejor de los casos, una conversación breve sobre el tópico.
Sabemos que lo más probable es que esa habilidad que para nosotros es rara o
curiosa en la paloma para la paloma es una capacidad común. ¿Reconocer
imágenes? ¿Qué es eso comparado con tener pulgares retráctiles tan útiles?
¿Tener pulgares retráctiles tan útiles? ¿Qué es eso comparado a reconocer
locaciones a la perfecciones para volver al hogar sin error?
Se vuelve a una pregunta
universal, la pregunta del derecho pero llevada a la situación más bien rara de
lo gnoseológico, lo epistémico. La pregunta del derecho es el quis judicabit, quien juzga. Quien tiene
la autoridad para decidir sobre este asunto. Esta pregunta se responde de
distintas formas: que quien tiene la autoridad política soberana o quien la
tiene delegada por este, quien aplique el derecho o esté defendido por las
leyes naturales, Dios en última instancia y por actos inobservables. Pero esto no
es si el juez o la gente de la calle está de acuerdo sobre la pena para el
ingeniero Santos, esto es aún más ridículo y menos importante: ¿en qué sentido
son llamativas las habilidades cognitivas de las palomas? Preguntamos a los
expertos, ornitólogos, etólogos, neurobiólogos: responderán con sus papers lo
único de esas habilidades, de lo sorprendentes que son en cerebros del tamaño
de un ojal, habilidades no presentes en otras aves o presentes en pocas o que
quizá estén presentes en la mayoría pero que no quita la sorpresa que debería
generarnos. Concedido, se preguntó a la autoridad y la autoridad respondió,
pero lo que la autoridad responda en este caso no es lo mismo que responde la
autoridad estatal en el caso común del quis
judicabit: el juez o el abogado o la legislatura responden sobre lo que
ellos establecieron o sobre lo que ellos están entrenados para saber. El
científico nos dará datos empíricos sobre lo único de estas habilidades
mentales, de modo que sea llamativa la paloma, pero eso a lo sumo será un
aspecto externo de la situación, será a lo sumo el hecho de lo que se dio. La
naturaleza biológica (desde Darwin) ya no describe la creación de la maquina
por la que está fuera Dios, sino un muy, muy, muy aterrador lo que llegó a ser. Los animales –y las bacterias,
las plantas, los hongos, nosotros-
son lo que deben ser en el sentido de lo que nos permite vivir en el presente
ambiental. Todo conteo descriptivo de las habilidades de los animales tales
como las palomas, o canguros, terminaría siendo un resumen de todas las
capacidades que lo hacen sobrevivir como especie. Un reportaje de cómo sus
números se van reduciendo, por su parte, sería un quis judicabit por la negativa: factualmente, estas habilidades no
les permiten sobrevivir su ambiente o al cambio ambiental. Las habilidades
presentes lo hacen ápex, lo hacen generalizado, o peor, lo hacen plaga; o lo
hacen mediocre, lo hacen por tendencia hacia la reducción, lo vuelven en
peligro de extinción, y todo esto en un sentido, en el fondo, descriptivo.
Salvo cuando caemos en otra discusión, la siguiente.
También, como casi todas las
aves, forman relaciones afectivas, lo que nos recuerda a nosotros, y lo que nos
recuerda a nosotros, también nos gusta. No en un sentido personal, sino
general. Nos gustan, por lo general, animales tiernos, lindas criaturas, sea
desde la distancia de nuestra tv o teléfono o en la vida personal. Me acuerdo
de un clip precioso de “Laputa-Castillo en el Cielo”, donde la protagonista
alimenta unas palomas blancas, divertida por el picoteo amable de los amigos
alados, más parecidos en esta situación a cuando un gato te cabecea en saludo
que la representación común de, de vuelta, la creatura llamada “rata alada”.
Pero, claro tampoco finjamos
demencia: esta es tanto una rata alada como cuando distinguimos entre un ratón blanco de
laboratorio –que un poco de pena nos da porque en vez de practicar nuestros
experimentos directamente con seres humanos lo hacemos en ellos, lo que me
parece un gran eje para distinguir entre una persona promedio y alguien que se
pasó de Revista Sudestada- y una rata normal, de alcantarilla o bosque. Este
año me encontré por vez primera y como seis veces con ratas, no sólo en mi
barrio sino incluso en mi casa. Todos estamos bien con la paloma blanca o con
el ratoncito blanco: nos inspiran limpieza, pureza. Es la diferencia entre los
perros lindos o de raza y los tajungaspul, esos mestizos tan queribles como los
de pedigree, o directamente callejeros.
Pero ojo, no digo que esto sea
así para todos. La gente que ama de verdad a los animales trata con el mismo
cariño a la mariquita y a la avispa, lo cual, de base, es admirable. Eso es
amor de verdad, eso es ser realmente consecuente con lo que uno piensa o quiere.
Yo por mi parte no opero así, tengo mis límites, tengo mis bordes. No todos los
animales me generan la misma ternura o fascinación, ni siquiera cuando son más
o menos sinónimos a mi humanidad. Básicamente, todo mamífero que supere en
tamaño a un perro pequeño me hace preocuparme por mi seguridad, incluso cuando
sé que no me va a hacer nada. Todos los caballos que conocí fueron animales
dóciles, pero me dan pavor: son muy altos, y como alguien alto no me gusta que
me superen en altura. Quiero el monopolio de la altura para mí y a lo sumo mi
novia, el resto de los seres vivos pueden tener escalas de 1,60 para abajo, por
favor y gracias. Pero basta de digresiones raras. Que ese no es el punto. El
punto es que querer algo por ternura solamente no es realmente querer, o al
menos no querer por completo. De vuelta, quien pone el dedo para que se pose la
mariquita y la avispa quiere de verdad a los animales. Hay un clip
demencial de David Attenborough –el archimago de los documentales de animales-
que dice: no, sí, este insecto tiene una picadura mortal y su señal de
reproducción es un ruido particular, así que miren como hago el ruido y salta
en mi cabeza. Y lo hace, y el bicho le salta a la cabeza. Y el como si nada,
sigue hablando con el insecto caminándole por la cabeza. Lo mismo Steve Irwin,
que se cagó muriendo por vivir así: le muerde una serpiente en la yugular y él
le dice a la presentadora: “No, tranca palanca hermana, solo se asustó un
poquito, no pasa nada acá, circulen”. Eso es amar a los animales de verdad.
En última instancia, ¿de qué
estamos hablando? Bueno, claramente, no de palomas. Eso fue una trampa. Una
trampa obvia, pero ustedes ya están encerrados ahora conmigo, trabé las
puertas. Era obvio que esto no era sobre palomas, a lo sumo es un ejemplo, un
medio para probar una argumento. He usado mecánicamente y de forma abstracta a
las palomas, se podría decir. En términos filosóficos, lo que hice con las
ratas aladas no está muy lejos en términos de intención y motivos a criarlas
para enviar mensajes o para registrar datos científicos, o incluso si se quiere
de tenerlas encerradas en una jaula por su belleza, y si lo está de darles pan
en la plaza. Aunque, en mi defensa por un uso instrumental filosófico de ellas,
no las he afectado en lo más mínimo. Ellas siguen por su camino, y yo por el
mío, pues salvo por unas formas peculiares de profesión humana, humanos y
palomas no tienen mucha interacción. No realmente. Ustedes dirán “pero ellas
viven en nuestras ciudades, comen las migas y las sobras de nuestras comidas,
dejan sus nidos en nuestros techos, caminan entre nosotros”. Y yo responderé
“ajá, ¿y? ¿En qué nivel pone eso nuestra relación, nuestro vínculo?”. No es
como con los perros o con los gatos, ese es el vínculo de los colombófilos a lo
sumo con las palomas, pero la gran mayoría de nosotros simplemente tira comida
y ella las come o se las encuentra por desgracia pero sobre todo por
coincidencia. Las palomas no viven por naturaleza de origen si se quiere en las
ciudades humanas sino por adaptación. Hay mucha comida, muchos lugares donde
anidar, y pocos depredadores. Y me dirán, “¿y qué hay de las relaciones
afectivas que podemos tener con ellas?”. Y responderé: ¿y qué hay con ello? Los
colombófilos compiten, quizá no todos, quizá algunos sólo las tengan como un
animalito de compañía, pero voy a invertir la carga de la prueba: ¿ustedes
creen que la domesticación es de un costado?
Dirán: nos comemos las
gallinas. Respondo: si no fuera por el ritmo demencial de consumo de gallinas
que tenemos, sería poco más que un animal esquivo de las selvas indochinas.
Dirán: comemos arroz, papa, trigo, etc. Respondo: éramos monos omnívoros del
África central que comían carne animal en modo de carroña, raíces y frutos,
secos e hidratados, y frutos de mar extraíbles de las costas, y a partir de la
revolución agrícola la mayoría de la humanidad tiene su dieta dictada por una
plantita de planicie, montaña o río en dos platos. ¿Quién doméstico a quién?
Los modificamos y ellos a su vez nos modifican. Los sacamos a pasear, les damos
comida, duermen con nosotros en nuestras camas. El problema no son los animales
que domesticamos, no importa la norma de consuma. El problema es la verdadera
otredad animal. La realmente alienígena a nosotros, la que no nos es llamativa
o que no nos recuerda a nosotros en lo más mínimo.
Empecé por las palomas porque
es terreno neutro. No nos da un bien útil, pero si alguien de la nada pisara una
hasta hacerla papilla en el suelo nos daría asco por el evento y rechazo hacia
la persona, a pesar de que concedemos que son plaga, aún mantenemos con ella
una esfera de cercanía y entrañabilidad si se quiere. No creo que los criterios
de protección y salvaguarda de los animales puedan realizarse por medio de una
cruzada de conversión humana para que todos éticamente queramos proteger las
vidas silvestres. Digo conversión como quien dice adoptar una religión o una
ideología política. Queramos que no, incluso los que conceden los argumentos
somos tibios. Yo no creo, como omnívoro, en algún argumento por el que como
carne más que el hecho de que estoy acostumbrado, me gusta y no se me ocurre
otra forma de adquirir esos nutrientes así de rápido, sabiendo que: uno, puedo
cambiar mis costumbres, dos, que el que me guste no es un argumento a favor de
nada a menos que me ponga a justificar sustancias y consumos ilícitos, y tres,
seguramente se pueda adoptar una dieta vegana nutritiva. Veo los argumentos pro
veganos –que los animales si sufren, que es más dañina para el medio ambiente
la producción de comida que los agrícolas- y si bien me parece que no cierran
la discusión general, creo que tienen razón. Pero no me siento mala persona por
lo que predican con razón. Dirán que el sentir no motiva la razón, que a los
hechos no le importan mis sentimientos: pero mis sentimientos son hechos,
hechos de mi cerebro si se quiere, y motivan en gran medida mis acciones, como
también lo hace con ustedes. Somos todos humanos
Quizá sea igual necesaria la
cruzada veganizadora, que vuelva convencidos a los sobrevivientes y extermine a
los enemigos. Pero será una cruzada, no va a poder hacerse sin violencia. Quizá
sea necesaria una dirección directa de Estados fuertes que conformen una burocracia
racional, eliminando el libre mercado y toda vida no regulada para que
eventualmente el mundo se ponga en un estado más bien estable. Pero va a
implicar un fortalecimiento total del Estado y una reducción de las libertades
individuales. Pero esto ya no es un tema menor como cuál es el tipo de vínculos
que formamos con las palomas (si los hacemos) ni su uso argumental para hablar
de temas más complejos, sino el posible fin de los tiempos o la forma de
pararlo, y eso le queda muy grande a este tema.
Las palomas son criaturas
simples, pero en su simpleza son bastante libres, al menos en un sentido de no
estar atadas al piso o a lo que nosotros queremos de ellas. Son, como todos los
seres vivos, en su propio universo moral, del cual podemos inferir algunas
cosas y describirlo en como lo vemos, más no vivirlo ni entenderlo porque no
somos palomas. Ellas son, nosotros somos, con nuestros parecidos y con nuestras
diferencias irreconciliables.