martes, 27 de julio de 2021

Un balance sobre los balances

¿Saben que Ensayo significa eso, no? Balance. Etimológicamente ese es su origen en franchute. Viene de Michel de Montaigne, quien abrió las puertas de la filosofía moderna con sus Ensayos, sus balances. Leí el primer tomo entero y me quedaría leer los otros dos, pero al humanista ya le agarre la mano. La idea subyacente de sus balances recae sobre todo en la huella que tiene el escepticismo pirroniano en su persona. Brillando en el eclecticismo ciceroniano, el francés se alimenta de muchas fuentes además que la del total rechazo de todo atisbo sobre la veracidad o falsedad de la realidad. Epicureísmo, platonismo, estoicismo. Pero no puede desentenderse en lo más mínimo su escritura de la idea que posee sobre la relatividad de las cosas. O, para ser más radicales, la imposibilidad de afirmar de forma absoluta, positiva o negativamente, sobre cualquier cosa de la existencia. Parecerá (y es) un medias tintas, pero necesario en una Europa que se acuchillaba internamente por la convicción absoluta sobre los artículos de la fe y sus interpretaciones. Solo la moderación, a parte del total exterminio de la otra parte del conflicto, puede frenar la violencia.
Tal realidad de que solo podemos admitir que no es un asunto binario con el que lidiamos, con que quizá no sepamos la última información, que es factible que algo quede oculto, lleva a que sea necesario operar en un balance. En un ensayo. Una operación por la que se equiparan las fuerzas contrarias de cada postura, nivelándose entre sí y admitiendo una conclusión basada, justamente, en la de mayor peso. Pero que sea un balance admite siempre la posibilidad de sumar más pesos en la balanza, cambiar la conclusión. Montaigne reedito varias veces antes de su muerte estos escritos, hasta el punto que se le encontró muerto sobre sus originales repletos de notas pegadas y acotaciones. No admitir la claridad absoluta de las cosas es el principio motor de la humanidad. No tomar las cosas como vienen, preguntarse el porqué, tanto del origen como el funcionamiento y, para la moral, su validez. Pero el ensayo, a diferencia del paper científico o el reportaje periodístico -y, gracias a la maravilla del ensayo previamente señalada, puedo corregir lo que estoy por decir gracias a una refutación posible y ser, en efecto, inimputable- se saca el dejo de la objetividad. Suena raro, porque admito de base que lo que hace es equivaler en una balanza, medir pesas. Pero para que una balanza pese y a su vez compare, hace falta un sujeto que ponga esas cargas.
Ese soy yo, y cualquier otro ensayista que haya por ahí. Decía Montaigne que uno no puede ser el juez de un juicio en que es, a su vez, parte. Y lo que comunicaba era su más poderoso azote escéptico: los humanos no podemos, dice el humanista, concluir sobre la veracidad indispensable de nuestra forma de percibir la realidad porque siempre concluiríamos en favor de lo humano. Esto no es decir que nosotros no podamos demostrar científicamente a favor (diciendo que vemos mejor que seres ciegos) o en contra (que nosotros sin sentido electromagnético percibimos mejor lo electromagnético que algunos tiburones martillo) de lo humano. Es más bien una cuestión de humildad. No venimos a hacer un juicio final. No prestamos veredicto último. No, sino un balance. Como quedó la cuestión al final del ejercicio literario. Uno que queda abierto, siempre. La diferencia reside en que un paper puede refutar, destruir, otro paper. Pero si bien pueda tener mis contraargumentos a las tesis de un ensayo, se que el queda ahí, flotando. "De cómo la filosofía es un ejercicio para la muerte" y "De la doctrina de la isla de Ceos" no van a cerrar, ni de cerca, la cuestión de como aceptar la muerte, no importa que también escriba y argumente Montaigne. Sin embargo, quedan ahí, flotando en mi mente. 
Trato de reflejar eso en mis textos ensayísticos. Si leyeron mis artículos de GitGud eso no va a aparecer mucho porque son reseñas o análisis más que balances. Si es algo que aparece, por ejemplo, en mi ensayo sobre la interpretación temática -El Problema de He-Man- en el que si bien admito que toda obra artística trata ciertos temas y que el ejercicio interpretativo es limitado, aún así está el problema de que el consumidor se independizó y que la gente hace lo que quiere con el sentido hoy día y que por eso lo que el autor diga que es su obra en última instancia es inútil. Estos son los tipos de textos que quiero hacer y que voy a hacer. Quiero balancear, poner las cosas en perspectiva y hacer que posturas contrarias se choquen lo más posible, incluso con las que difiero. Esto, como podrán adivinar, no es un ensayo. No estoy contraponiendo nada. Es más bien un anuncio de que voy a escribir o voy a al menos intentar de escribir más piezas de este estilo. En lo posible. 
Saludos.

domingo, 18 de julio de 2021

El Tiempo es Ilusorio si la Cabeza está en el mismo Lugar

 Autor: Sarmiento - Época: Guerras Civiles Argentinas - Fuentes Ideológicas: Ilustración y Romanticismo

Leer el Facundo es una experiencia legible. Es medio raro usar un adjetivo que en esta situación opera casi como una tautología, pero todo aquel que haya leído más de 10 libros sabe muy bien que hay libros y libros, unos hechos por gente a la que se le da bien y otros a los que no. Por suerte, Sarmiento usaba bien la tinta. Para mí desgracia, si bien comunica de forma efectiva el autor puntano, como lectura sigue siendo muy pesado. El texto está muy cargado de rencor y odio. Comprensible, Sarmiento tenía sus razones para odiar a Rosas. Pero creo que todos concordamos que se pasó un toque de mambo con el odio al gaucho, ¿no? Y no me vengan con lo de que su racismo está justificado porque el momento y el contexto y su madre. Esa lógica puede justificar el racismo ad infinitum llegado a cierto punto. El racismo se critica como la lacra que es siempre que se pueda porque, si no les llegó el aviso, como tal el racismo es propio de la modernidad, no de toda la humanidad. Pero continuemos. La Ilustración de Sarmiento se presenta en lo que debe ser el Estado a fundar y por el que lucho la Revolución de Mayo. Aceptable si decimos que fue por lo que lucho una facción, pero tomémoslo. El Romanticismo, sin embargo, es el aspecto que creo que debería ser tomado en cuenta. La noción de una necesidad histórica, de que algo debe, por la constitución de los pueblos, ocurrir. Acá es donde nace el patrón. Por un lado, el país tiene que ser unitario porque así lo dice su geografía desértica. Quien diga lo contrario se engaña así mismo. Por esa geografía desértica surge con necesidad el gaucho, el habitante del país que se hace del molde casi platónico que es la barbarie. Como tal, es una fuerza bruta con un amor pasional al rojo y que solo puede solucionar las cosas con violencia, siendo craneotómicamente imperfecto e incapaz de producir; lo único resaltable de él es su absoluta capacidad como guerrero y algún que otro talento que le genera vivir en la naturaleza. Y por el otro lado está la civilización, representada principalmente por Buenos Aires y todo hombre de ley, ciencia y arte que esté desperdigado entre las élites provinciales. La Revolución de Mayo fue la lucha de la iluminada Buenos Aires contra los reductos del bárbaro hispanismo católico absolutista que representó en su momento Córdoba, pero la polis intelectual para vencer a la salvaje tuvo que reclutar al gaucho, la tercera entidad que se dedicó a la guerra solo para imponerse en lucha al país, con sus referentes en Artigas, Güemes, Quiroga y Rosas, contra hombres de letras como Lavalle y Rivadavia. Pero no importa, porque Rosas civilizó al país con su tiranía, así que solo queda vencerle. Pocos gauchos quedaron con vida -y si Sarmiento logra lo que quiere, menos aún quedaran- y las leyes de la Ilustración podrán imponerse, se podrá crear un estado de buena ley, moderno en su economía, y capaz de atraer trabajadores extranjeros para crear una gran nación moderna.

Así lo quiere la historia.