martes, 1 de diciembre de 2020

La Música de mi 2020

 Veinte Veinte -de ahora en más VV- fue un año. Definitivamente fue un año. Dios pero que año.

Tenía el plan de perder la virginidad. Ja. Una cuarentena justo. De unos ocho meses. Y sí, se que queda un mes, pero no creo en los milagros y ustedes tampoco. Pero estuve mucho tiempo en casita y en casita pude hacerme el tiempo de escuchar musiquita. Este texto sería como un post-mortem musical que escribo mientras escucho el mismo post-mortem que hizo Spotify de mis cien canciones del año que de momento está cuajando bastante bien. Así que sin más preambulo, la música.

La primera etapa la dediqué al Rock nacional. Me puse en un principio como meta escuchar cuatro bandas que me parecían pilares del rock argentino. Cada una a su propia manera claro está. Estas bandas son Patricio Rey y los Redonditos de Ricota, Virus, Soda Stereo y Vox Dei. Todas bien distintas. Patricio Rey es marginal, bruta incluso. Tiene una energía primigenia que se expresa más en los instrumentos que en esas esquivas letras del Indio. Diría que los primeros tres discos fueron una edad de oro que concluye en el pico de calidad que es Un Balón para el ojo idiota, sobre todo la canción Todo un palo, que es casi un himno cyberpunk sin darse cuenta. De ahí en adelante la banda simplemente deja de gustarme salvo por temas sueltos. Virus es una experiencia más curiosa. De esta parte es la que más personalidad tiene. Es una banda de rock que opera en las mismas líneas que Prince: sexy, no ortodoxa, divertida; y sorprendentemente deprimente cuando quiere. No es que tenga un discazo, sino que tiene temas sueltos que son geniales. Como canción favorita presento acá Super Color, otra canción que sorprendentemente se vincula con Todo un palo, pero desde otro ángulo. Y si no, nunca fallan con ¿Que hago en Manila? y Dame una señal, si quieren deprimirse, claro está. Soda Stereo muestra una recepción más curiosa por su parte. Si tuviera que comparar la banda de Cerati con otra sería con The Police. De la banda de Steward Copeland me escuche casi toda la discografía en un día -me faltó el último- y puedo decir que me pasaba que lo escuchaba, pero de fondo. Está la música, sí, pero la ignoro salvo por los hitazos conocidos. Salvo por una excepción: Ghost in the machine, un disco sobre la alienación moderna que te puede arrancar el corazón del pecho. Algo parecido me ocurrió con Soda Stereo: la mayoría de los discos los sentía de fondo. Y si bien de más chico -unos diez años- Cuando pase el temblor me parecía maravilloso, ahora no hay tanto impacto. Y luego, bum, Canción Animal. Como con Balón. . . no hay una canción que no me guste. Está la metafísica Cae el sol, la edgy Sueles dejarme solo y, sobre todo, la depresiva Te para tres. Y por último, Vox Dei. En un año en el que mi relación con la religión se encariñó un poco, la banda de La Biblia vino como anillo al dedo. No solo que en varios discos encontré temas de calidad notable -mención especial y encarecida a Doctor Jekyll-, sino que veo en su magnum opus un logro notable: una Biblia para el lego, una reconstrucción del texto pensada no solo desde la trascendencia sino del amor y el asombro. Luego de estos tres pilares, avancé sobre todo viejo amigo: Catupecu Machu. Esta es una banda mucho más reciente en el rock nacional y una que, como muchas, terminó con una tragedia imprevista. Es fuerza pura, energía juvenil. A veces es bruta, a veces es suave. Es un rejunte maravilloso de contradicciones constantes, con cada disco siendo cada vez más distinto que el anterior para regresar de vuelta al principio como si fuera una procesión plotiniana. Perdidas en el medio quedaron Crucis y Abuelos de la Nada. La primera por no tener mucho material y la segunda por ser un reencuentro no muy elegante que digamos. Tiene temas maravillosos Crucis, pero es poco nectar angelical. Y Abuelos, huh, mejor no hablar de ciertas cosas. 

Luego fui a por el Pop. Esta etapa fue mediada por la discografía de dos músicos parecidos, pero distintos. Dos caras de una misma moneda o, para ser más claros, la figura y su sombra. Hablo de Michael Jackson y Prince. A Michael lo escucho desde niño y decidí reescucharlo por completo -salvo por el punto de cansancio que fueron los últimos discos-. Tiene una etapa juvenil preciosa, pura, infantil e inocente. Un disco de transición -Forever, Michael- que con el cambio de registro vocal es la última instancia juvenil previa al adulto bailarín que todos conocemos. Muchas canciones en las que no pensaba mucho ahora adquirieron un valor más alto. La religiosa Will you be there, la sorprendentemente dramática Billy Jean y la ahora en contexto importante Leave me alone. Pero también emergen hacia la luz canciones juveniles -Ben, People make the world go around- o cooperaciones. La sombra de Michael, en cambio, es casi su antítesis. Prince es constante. O te deprime, o te calienta, o te hace un shitpost. Una de tres, durante treinta años. Un capo. Si hubo un chad en la tierra, ese fue Prince. También está cancelado, pero ignoremos eso, puesto que es imposible que supere a Michael Jackson. Prince estaba cachondo, hacía música para Dionisio a toda potencia. Y si no te lanza un balde de agua. Para el shitpost, Controversy y Ronnie talk to Russia. Para la erótica, Let's get married, New Position y Kiss -un clásico-. Para llorar, Paisley Park, Purple Rain Sometimes it snows in April. Y no se en que categorías meter Marrying Kind y Diamonds and pearls, pero sé que no voy a dormir si no las nombro. Por último, Bee Gees. La escuche a modo de agregado y mucho quedó fuera porque en su primera etapa eran demasiado de la escuela Beatle y no me convencía mucho. Por eso no avancé más que lo que creo que es menos de un tercio de su discografía. Lo que más me gustó de ellos es cuando ponen toda su fuerza coral en querer sorprenderte. Let there be love, Melody, Massachusets, I started a joke y Odessa sobre todo. Y también unos memes tremendos: Paper Mache, I'm going to join the air force, Cucumber Castle. No fue para tanto, pero fue divertido. 

Abandonemos los músicos, vayamos a géneros. El rock progresivo no se fue a ningún lado este año. Tuve un acercamiento al Rey. Al hombre meme. Al músico excelso del top 10 de italoestadounidenses. Hablo de Frank Zappa, el tipo que vivía en 4chan en los ochenta. Ante todo fue un acercamiento a canciones sueltas -Montana, Eat that question- pero el discazo de One Size Fits All ya estaría en mi colección progresiva. Y no está solo, porque dos acercamientos más se produjeron. Por un lado, In the land of the grey and pink de Caravan, una especie de Camel más jugueton y menos sereno que brilla en un disco que es el club de la buena onda reencarnado. Por el otro, Trilogy de Emerson, Lake and Palmer, una magnum opus que recién en el VV pude disfrutar profundamente. También cabe una mención especial al Divinities de Ian Anderson -flautista de Jethro Tull- un disco maravilloso de rock progresivo instrumental. 

¿Pero saben con que otro gusto adquirido tuve contacto este año? Claro, el jazz. Chuck Mangione y Herbie Hancock entraron en mi paladar musical con Feel so good y Head Hunters respectivamente y me ponen un nuevo campo musical al que apuntar el veinte veintiuno. 

Antiguos amigos de mi preadolescencia se presentaron de vuelta en mis oídos. Grupos herejes, perversos, que parecen de otra galaxia en comparación a las guitarras elaboradas de Zappa o las trompetas de Mangione. Hablo de los corruptos álbumes de Monkey Business de Black Eyed Peas, The Chronic de Dr. Dre y Cosa de hombres de Memphis la Blusera. Pop para divertirse, gangsta rap y blues argentino rancio. Lo peor del mundo. Lo mejor del mundo. 

Radiohead, Gentle Giant, Genesis y Brock Berrigan me acompañaron a lo largo del año. Lo que implica que constante fue la presencia de: un grupo de depresivos, un gigante, el primer libro de la Torah y un tipo con máscara de pollo. No podría estar más contento. También una dama se agregó a mi paladar: Solange y su preciosamente deprimente disco A seat at the table. Muy bello. Simple, pero elegante. 

Y por último, bandas sonoras tuvieron su lugar este año en mi pequeño corazón. Silent Hill 2, Koyanisqatsi, la saga Mother, la trilogía del Dólar. Música para tirar, para escuchar sin pensar, disfrutar encarecidamente.

Quien se lleva el oro este año es Prince. Como revelación. Como placer. Como descubrimiento. Y la plata, Catupecu Machu. Si, ya tenía un lugar en mi corazón. Pero lo reforzó. Se parapetó militarmente. No lo van a sacar nunca de ahí porque descubrí que su arsenal es amplio y más elaborado de lo que fue revelado al principio. El bronce se lo damos a Zappa y a Virus, que lo compartan grandes del shitpost como puedan.

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